PRIMERA PARTE

Primera visión
VISIÓN DEL SEÑOR SOBRE EL MONTE SANTO

Miré y vi un gran monte color de hierro. En su cima se sentaba un ser tan resplandeciente de luz que su resplandor me cegaba. En cada uno de sus costados se extendía una dulce sombra semejante a un ala de anchura y largura prodigiosas. Ante él, al pie mismo del monte, se alzaba una imagen llena de ojos todo alrededor, en la que me era imposible discernir forma humana alguna, por aquellos ojos; y delante de ella estaba la imagen de un niño, ataviado con una túnica pálida, pero con blanco calzado; sobre su cabeza descendía una claridad tan intensa, procedente de Aquel que estaba sentado en la cima del monte, que no fui capaz de mirar su rostro. Pero del que se sentaba en la cima del monte comenzaron a brotar multitud de centellas con vida propia, que revoloteaban muy suavemente alrededor de estas imágenes. Y en el mismo monte había pequeñas ventanas por las que asomaban cabezas humanas, pálidas unas y blancas las otras.
Y entonces, Aquel que se sentaba en la cima del monte gritó, con voz fuerte y penetrante: «Oh frágil ser humano, que polvo de la tierra eres y ceniza de cenizas: proclama y habla del principio de la perfecta salvación hasta que lo aprendan aquellos que, aun conociendo los más profundos contenidos de las Escrituras, no quieren decirlos ni predicarlos porque son tibios y tardos en observar la justicia de Dios; revela los secretos de la mística que ellos, temerosos, en un campo escondido y sin frutos ocultan. Como fuente de abundancia mana y fluye con la sabiduría mística, y que agite el caudal de tus aguas a quienes te desprecian por el pecado de Eva. Pues tu honda clarividencia no la tienes por los hombres, sino por el supremo y formidable Juez de las alturas, donde esta claridad, con luz esplendorosa entre las luces, vividamente brillará.
«Levántate, pues, clama y di lo que te ha sido anunciado por la fuerza poderosa que es la ayuda del Señor. Porque Él, que gobierna la creación entera con poder y bondad, ilustra con la gloria de la luz celestial a quienes Le temen y sirven con dulce amor, en espíritu humillado, y conduce al júbilo de la contemplación eterna a cuantos perseveran en los caminos de la justicia».