Por qué estas cabezas, al igual que aquellas de que se ha hablado antes, soplan hacia el interior de la rueda y hacia la figura humana.

XXIV. Vemos, pues, cómo los vientos soplan sobre la rueda y sobre la figura humana. En efecto, los vientos mencionados, los vientos principales, a quienes otros vientos están sometidos, son los que mantienen la fuerza del universo entero y del hombre, que tiene en si, invisibles, la totalidad de las criaturas, para protegerlos de la destrucción.
Con respecto a los vientos colaterales, no dejan nunca de soplar, aunque suavemente. La fuerza extraordinariamente poderosa de los vientos principales nunca se manifiesta, salvo cuando el juicio de Dios la reclame al llegar el fin del mundo para cumplir el último castigo. En efecto, el viento del sur y el viento del norte transmiten las decisiones divinas a sus vientos colaterales según impone la voluntad de Dios. El viento del sur trae la canícula y provoca grandes inundaciones. El viento del norte trae el relámpago y el trueno, el granizo y el frío. En cuanto a los vientos del oeste y del este, vientos principales también, llaman a los vientos colaterales a ejecutar los juicios de Dios sin violencia y con cierta lentitud. Sin embargo, cuando los causan por voluntad de Dios, en verano por el frío o la sequedad, en invierno por calor, por la lluvia u otros fenómenos, los males que generan son desfavorables, nocivos para la tierra y los hombres. Además, los vientos no solamente someten con su fuerza a la tierra entera. También tienen una función que transmiten a los hombres, pueden hacer saber y entender al hombre los actos que preparan. Cuando estos vientos soplan su aliento sobre la tierra, también penetran debajo de ella, y cuando entran en lugares determinados, como cavernas subterráneas, hacen temblar a la tierra en el momento en que no encuentran salida. Cuando encuentran un escape, algunos hombres pueden verlos escapar y piensan que tienen allí su origen, pero su origen no está en aquel punto, sino en los elementos superiores, como hemos explicado. Lo que hacen es desperdigarse tanto por debajo como por encima de la tierra.

 

El hombre tiene que investigar con atención de qué manera todas estas cosas afectan a la salvación de su alma, y a la realización de los juicios de Dios, que no deja nada fuera de su examen.

XXV. El hombre tiene que entender de qué manera afectan todas estas cosas a la salvación de su alma, ya que el hecho de que en el círculo de fuego brillante, que significa la potencia divina, se vea algo como una cabeza de león, indica que el juicio de Dios es terrible, y además indica que Dios, juzgando todas las cosas con justicia y equidad, no deja nada fuera de su examen. Este juicio, que se extiende por todas partes revestido de virtud, tiene la capacidad de llevar a la justicia.
Para el hombre que conoce la prosperidad, este juicio se presenta con cabeza de serpiente, que significa la prudencia. Si el hombre sufre en la adversidad se asemeja a la cabeza de cordero, es decir toma la forma de la paciencia. Pero es necesario que el hombre en la prosperidad tenga un prudente temor del juicio de Dios, para huir de las tramposas astucias del mal y para no abandonar, sintiéndose seguro sin serlo, la senda de la verdad. Y en la adversidad es necesario que sea paciente con el juicio divino, sabiendo que Dios tolera en muchos casos, apartando la mirada, que las obras de los hombres procedan de forma tortuosa. La cabeza de serpiente, es decir la prudencia, que se manifiesta en la plenitud de la perfección situada entre el juicio de Dios y las penas infernales, saca de sí misma algo como un soplo, es decir la providencia. Porque mientras el hombre, aterrorizado por el juicio de Dios, y las penas del infierno, para no sufrirlas merecidamente, se afana en cumplir obras buenas, la providencia, dilatándose de este modo hacia la perfección de la rectitud, se une a la constancia que tiene origen en la cabeza de cangrejo, es decir en la fuerza de la confianza situada entre las penas infernales y el juicio de Dios, ya que el fiel se esfuerza en ser constante y en procurarse todo bien útil para la vida eterna. La cabeza de cordero, que designa la paciencia apareciendo en la plenitud de la perfección, está situada entre el juicio de Dios y el temor del Dios, y produce algo como un soplo: la mansedumbre. Y también ella, llegando hasta la justa perfección, se asocia con la constancia, que deriva de la verdadera confianza colocada entre el temor del Dios y el juicio de Dios, porque el hombre bienaventurado, cuando es paciente frente las injurias y se muestra manso en estas circunstancias, tiene que abrazar la constancia para consumar su buen fin.

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