XLI. LA DESESPERACIÓN, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La sexta imagen representa la Desesperación. Sigue las huellas de la Incredulidad, ya que el incentivo que da la incredulidad también se vuelve estímulo de los demás vicios. La desesperación, en efecto, no tiene ninguna esperanza ni en sí misma ni en los demás, y vive casi como si no existiera.
Ves que tiene aspecto femenino, eso significa la debilidad y carencia de consuelos buenos y rectos, con lo que muestra que no es victoriosa, por el contrario sólo muestra la vil ansiedad de la debilidad femenina. Su cabeza está cubierta a la manera de las mujeres, con un velo oscuro y el resto del cuerpo también está revestido con una prenda oscura. Eso significa que sus intenciones son frágiles y débiles, y están rodeadas por las tinieblas de la desolación y la incertidumbre, mientras el resto de sus acciones están realmente sometidas a la corrupción. No lleva puesta ninguna ropa de luz y alegría, puesto que no se rodea de ninguna gloria de esperanza bendita, sino de vergonzosa incertidumbre. En efecto, los hombres, engañados por el diablo, se desnudan de todas las joyas de los adornos celestes cuando por desesperación dejan de esperar en la gracia de Dios.
Por lo cual, ante su rostro aparece una especie de monte de azufre ardiente, pues mientras hombres de este tipo deberían mirar la verdadera fe con beata esperanza, se entregan en cambio a la desesperación, como sobre la cumbre del monte de su necedad, que seca y huele mal como el azufre y priva al alma de la fuerza de la fecundidad y del buen perfume de las virtudes, exactamente igual que el azufre hace el cuerpo seco y apestoso.
A derecha e izquierda tiene un monte de azufre de forma parecida. Son hombres parecidos que deberían elevar sus corazones a Dios, representado por la derecha, y rechazar el mal, simbolizado por la izquierda. En cambio en sus corazones cambian este impulso de elevación en ardiente y amargo dolor, y la contrición en desesperación, y no piensan para nada, ni esperan nada de la bondad de Dios, sino que solo amontonan miserablemente todo tipo de males y adversidades en su corazón.
Se derrumban en las tinieblas antes mencionadas y producen gran estruendo, porque cuando la desesperación lleva a la perdición a estos hombres, vierte sobre ellos escarnio, chirrido de penas y risotadas de sarcasmo diabólico.
Detrás de ella, junto a su espalda, se origina el sonido de un estrepitoso trueno, lo que significa que en su obstinación por alejarse de Dios, la desesperación, por la caída del primer ángel, arrastra a la ruina y a muchas miserias y penas.
No busca la misericordia de Dios mientras es capaz de encontrarla, y aterrorizada, con grandes gemidos y temblores aprieta sus brazos y manos en el pecho y se hunde por entero en las antedichas tinieblas, puesto que los hombres, a causa de la seducción diabólica, caen en la desesperación por los trabajos que han llevado a cabo. Y así en el gemido de la desolación y en el temor de ser olvidados por la justicia, olvido en que creen encontrarse ignorando su verdadera condición, reducen el conjunto de sus obras, que habrían tenido que dirigir a la santa esperanza en lo alto de los cielos, al dolor de la ciencia del mal, privados de todo consuelo de la ciencia del bien, y se abandonan totalmente a una despreciable infelicidad, no queriendo resurgir a la gloria. En otra parte este vicio expresa esto claramente con sus palabras, según ya se ha referido. Le contesta la Esperanza, y advierte a los hombres que en sus corazones no caigan en este vicio.
XLII. LA LUJURIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La séptima imagen representa la Lujuria, que viene aquí después de la Desesperación. Puesto que los hombres desesperan de tener misericordia de Dios, de modo que ya no esperan de Él ningún bien, se agarran a la lujuria, en la que satisfacen todos sus placeres realizando cualquier acto que la suciedad de su carne exija. La lujuria tiene casi aspecto femenino, es decir que, lo mismo que la mujer ha nacido para dar a la luz de los hijos, la lujuria es deseo y estímulo del pecado.
Yace sobre el costado derecho, ya que menosprecia la rectitud de las buenas y castas obras, y en su ansia de carne menciona de vez en cuando a Dios y trata de justificarse, y otras veces afirma querer hacer penitencia, pero no la hace, y peca llena de seguridad.
Dobla las piernas recogiéndolas hacia sí como quien está descansando en su cama. Significa que ella cambia la fuerza, con la que debería levantarse hacia Dios, por la fragilidad de la carne, y atrayéndosela en la tortuosidad de vergonzosas acciones, e incluso entumeciéndose voluptuosamente en su mente, afirma, por boca de los hombres lujuriosos, que no es capaz de abstenerse de la concupiscencia de su propia carne.
Su pelo es como llamas de fuego, ya que los hombres que viven en la lujuria transforman aquel pudor que en sus mentes deberían dirigir a la castidad, en el ardor libidinoso, y alimentan en sí mismos las llamas de un peligroso incendio con el que fomentan la obscenidad en sí y los otros.
Sus ojos son blancos como la tiza, no sea que miren algo que pueda parecer laborioso, porque este vicio conduce las intenciones de los malvados a una pereza impura, y así están mucho más predispuestos a los deseos de la lujuria.
Lleva en los pies sandalias blancas, tan lisas y resbaladizas que con ellas no puede caminar ni estar de pie. Esto es porque creyendo que en la vida del hombre el placer es agradable y la mortificación de la carne no es justa, hace gestos lascivos que no buscan ni caminar en el honor de la rectitud, ni soportar de ninguna manera la mansedumbre de la estabilidad. Ella sólo puede andar por todas las malas sendas de una vergonzosa libídine, por donde a veces intenta saltar hacia arriba, pero a menudo cae en las profundidades del abismo.
Y ya que los hombres inmundos se dedican a los alicientes de la carne y quieren la suciedad de las contaminaciones humanas, haciéndose parecidos a animales depravados y huyendo de la virtud celeste de la castidad, por juicio divino se hacen esclavos de las muchas pasiones de su carne, porque desearon estas cosas con su propia voluntad en lugar de desearlas como habrían tenido que hacerlo, con buena voluntad. Así lo ha escrito el apóstol Pablo:
XLIII. PALABRAS DE PABLO SOBRE ESTE TEMA
“Por eso Dios los entregó a los deseos de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos, ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos”. (Romanos 1,24-25). El sentido de estas palabras es el siguiente.
Como los hombres malvados dirigen su querer a deseos impuros y no quieren abstenerse de ellos, el Creador del mundo, bajo cuyo poder ellos se someten y sin cuyo permiso nada ocurre, con justo juicio los deja libres de entregarse a los deseos de su propia mente y voluntad, para que caigan en la suciedad que tan intensamente anhelan y para que dirijan su carne a la infamia de la perversión, cuando ellos cometen torpemente sobre sí mismos aquéllos pecados que no son apropiados a su naturaleza. Todo lo que ellos desean y quieren, lo llevan a la práctica con obscenidad y se alejan de Dios, al que sin embargo, conocen con su intelecto. Pero se ocupan solamente de lo que pueden saciar con su carne.
En esto imitan al primer ángel, que quiso cambiar la vida por su propia y pésima voluntad. Pero él no fue capaz de realizarlo, porque Dios lo rechazó a la muerte de la que la vida se escapa por completo. De este modo Dios deja que los hombres libres se entreguen a los deseos de su voluntad, y ya que se precipitan a realizar estos deseos en lugar de buscar los bienes del cielo, se ensucian y se contaminan con sangre inmunda y con vergonzosos humores. Y cuando hacen esto tanto en sí mismos como en los demás, con tan pésima contaminación turban y laceran la naturaleza humana y destruyen la concepción justa y natural establecida por Dios. Y así, con contacto sucio e inhumano, ellos debilitan y luego abandonan las enseñanzas de la modestia, y transforman sus cuerpos en la perversidad.
Y puesto que transforman sus cuerpos en perversión, también cambian la verdad de que Dios es el verdadero Dios, en la mentira con la que blasfeman de Dios cuando veneran ídolos que no tienen en ellos ninguna verdad sino solo un falso nombre, puesto que no pueden favorecer ni a sí mismos ni a los otros. Con tales actitudes serviles estos hombres sirven a criaturas a ellos sometidas, ya que doblan sus rodillas y les dirigen ruegos, y abandonan y niegan la debida reverencia a Él que los creó. Por consiguiente, el diablo suscita en ellos muchas pasiones y deseos inmundos de la carne, de los que no quieren sustraerse, ni pueden, ya que veneran algo que no es capaz de conseguir ningún alivio ni salvación. En efecto, eligen como dioses a criaturas a las que Adán puso nombres diferentes, reconoció con su razón y distinguió que tareas debían realizar. Y preguntan por su salvación a criaturas que fueron puestas a su servicio. Y llaman dios a su siervo, cuando abandonan el verdadero Dios, a quien todas las criaturas desde el principio de tiempo le llaman bendito con honor perpetuo. Dios es verdad, y el diablo mentira que siempre se apresura para inclinar a los que le sirven a las peores contaminaciones del cuerpo y el alma.
Por este motivo la lujuria emite por la boca aliento y baba venenosa, porque ella muestra y provoca la lucha, y alardeando de orgullo en sus palabras, causa lo que desea con sus palabras asquerosas. Con la mama derecha amamanta una especie de cachorro de perro y con la izquierda, una especie de víbora, ya que aunque debería ofrecer a los hombres alimento de sabiduría, simbolizado por la mama derecha, con necedad cría inmundicia. Y mientras que con la prudencia debería retener a la injusticia, representada por la mama izquierda, alimenta la amargura con la tontería. No respeta a nadie, levanta escándalos a quien se resiste a su deseo, pero a veces también devora a sus seguidores.
Con las manos arranca las flores y hierbas de los árboles y los prados y las huele con su nariz. Persuade a los hombres que carecen de criterios para obrar a coger tanto la flor de los deleites carnales desenfrenados y contra natura, como la pasión baja y natural de la carne, invitándolos a gozar su perfume, del que ya no saben prescindir. En efecto, cuando el sentido del olfato se acostumbra vergonzosamente a olores inmundos, a los hombres que se acostumbran a ello les aumenta el apetito de deseos peores y más ilícitos. No lleva prendas, sino que está entera ardiendo y debido a su ardor seca como el heno todo lo que está a su lado. Porque careciendo del adorno del pudor y la honestidad, en su confusión se muestra toda desnuda y demuestra ser fuego diabólico e infernal. Así, sacudiendo las venas y carnes de los hombres que se acercan con el tramposo ardor de sus suciedades, les arranca el fruto de la santidad como heno seco y los induce a cualquier ilícita acción que susciten las ansias de su carne, tal como en otra parte anterior reconoce en sus palabras. La Castidad se opone, y exhorta a los hombres a alejarse de ella y seguir en cambio en la fe.
XLIV. EL CELO DE DIOS, SU ASPECTO Y SU SENTIDO.
A la derecha del Hombre mencionado antes, ves una imagen con forma humana, que significa que en la rectitud y la fortaleza de Dios aparece su Celo que purga los pecados de los hombres y los borra, ya que el hombre, hecho a imagen de Dios e infundido de la ciencia del bien y el mal, tiene que ser juzgado con los justos juicios del juez más alto que juzga todo según la verdad.
Esta imagen tiene la cara de fuego, porque el celo, con el fervor de sus juicios consume como un fuego todo lo que es injusto, no porque lo purgue todo por el fuego, sino porque exterminando todos los males los reduce a la nada.
Y viste un vestido de acero, la justicia, que es fuerte y constante en sus juicios y es por sí misma como un vestido, pues lo que juzga, no lo juzga en otro modo sino según la justicia.
Y que grite contra los vicios descritos significa que refuta las ilusiones de las faltas antes mencionadas y las destruye completamente, ya que estos vicios, que son como las entrañas de la antigua serpiente y torrentes de su maldad, traspasan con dardos mortíferos a los hombres. Pero estos vicios serán confundidos gracias a la Pasión del Hijo de Dios y serán derribados por la eterna Divinidad. Así serán completamente destruidos, cuando la muerte sea destruida para siempre y Dios, al que nadie puede oponerse, se complacerá en revelar su potencia, como Job atestigua cuando dice:
XLV. PALABRAS DE JOB SOBRE ESTAS COSAS
“Dios, cuya cólera nadie puede resistir, bajo Él quedan postrados los que llevan el mundo”. (Job 9,13). Cuyo sentido es:
Dios, que creó todas las cosas y en cuyo poder están todas las cosas tiene tan gran fuerza en sus juicios que ni en los ángeles ni en los hombres se puede encontrar fuerza alguna que pueda resistir su examen cuando Él desvela su venganza con justo juicio contra el pecador. Porque la cólera de Dios siempre se opone al mal de la iniquidad y no tiene ningún contacto con el mal sino que destruye el mal completamente, tal como la derribó en el ángel y en el hombre.
Dios ha establecido sus juicios de tal modo que a la maldad le propone la justicia, y a los que han pecado les propone el dificultoso reconocimiento de la culpa. Esto ocurre cuando el pecador alcanza justificación con la penitencia, es decir cuando él arrepintiéndose se juzga a sí mismo y se pone en la cruz de la penitencia, y llora lágrimas punzantes confesando sus pecados a un sacerdote, puesto que el sacerdote supremo, es decir el Hijo de Dios, se inmoló sobre la cruz, y allí con la efusión de su sangre se limpiaron los muchos pecados de los hombres. Nadie es capaz de resistir a Dios, como hace este vicio, ya que solo Él es Dios y es el único y justo juez, que todo lo juzga justamente y que dispone bien todas las cosas.
A sus órdenes están sometidos los cuerpos celestes que reciben fuerza de Él, y hacen avanzar el orbe, es decir la esfera que constituye el mundo. Y lo hacen según lo que Dios ha establecido y constituido. Son el sol y la luna, el resto de los planetas y estrellas con todos los demás astros, los que sujetan la rueda del mundo y los que atraen a sí las aguas y la beben con su ardiente fuerza, para que el mundo no se seque por su ardor. De este modo el mundo también brilla por el agua. Incluso estos cuerpos son a menudo ministros de los juicios de Dios, puesto que en el desarrollo de su tarea están con los hombres y saben sus acciones, y no hacen de otro modo sino lo que se les ha ordenado. Todas estas cosas han sido establecidas por el supremo Creador, que todo lo ordena y dispone según convenga para que cada uno esté en la ordenada y particular disposición que le corresponde.
El que tenga deseo de vida, coja estas palabras y las póngalas en la profundidad de su corazón.