TERCERA PARTE
EL HOMBRE MIRA AL NORTE Y AL ESTE
Y vi al Hombre antes mencionado volverse hacia el Norte y mirar tanto al Norte como al Este. Los vientos, el aire, la fecundidad del mundo que están bajo el firmamento del cielo, cubrieron a este Hombre desde los muslos hasta a las rodillas como un vestido, mientras que el fuego y la luz del aire fueron el adorno de su ropa. De la médula de sus caderas rezumaron las fuerzas de los elementos y de nuevo volvieron allí, tal como un hombre espira su aliento y luego lo inspira.
I. LA QUEJA DE LOS ELEMENTOS
Y oí la voz potente de los elementos del mundo que se dirigía al Hombre diciendo: “No podemos seguir nuestro camino tal como ha sido establecido por nuestro preceptor. Los hombres con sus obras malvadas nos voltean como la rueda de un molino; por este motivo apestamos en la pestilencia y en el hambre de toda justicia”.
II. RESPUESTA DE DIOS A LOS ELEMENTOS.
Pero el Hombre contestó: “Os purificaré con mi escoba y mientras tanto afligiré a los hombres, hasta que se dirijan de nuevo a Mí. En aquel tiempo Yo prepararé muchos corazones según Mi corazón. Y tantas veces como seáis contaminados, igual número de veces os purificaré con el suplicio de quien os haya contagiado. ¿Y quién podrá limitarme? Los vientos apestan por la podredumbre, el aire vomita la suciedad puesto que los hombres no abren su boca a la rectitud, ni la aceptan como alimento. La fuerza vital se seca a causa de la falsa religiosidad de las turbas perversas que hacen todo según sus propios deseos y dicen: ¿Quién es aquel Señor que nunca vemos?”
Yo les contesto: “¿No me veis durante el día y la noche? ¿No me veis cuando sembráis y cuándo la semilla se moja con la lluvia y así puede crecer? Cada criatura conoce a su Creador y comprende con claridad que Él la ha creado, en cambio el hombre es rebelde y reconoce a muchas criaturas el honor que tiene que tributar a su Creador. ¿Pero, quién puso la sabiduría en los libros? ¡Buscad en ellos quien os ha creado! Mientras que la creación cumpla su mandato de satisfacer vuestras necesidades, vosotros no experimentaréis el gozo pleno. Pero después que la creación se seque, los elegidos tendrán el supremo gozo en una vida plena de alegrías”.
Y en la niebla anteriormente mencionada, en la que se encontraban diferentes géneros de vicios, como ya se ha dicho anteriormente, todavía vi otros siete más, cuyas imágenes eran las siguientes.
LA PRIMERA IMAGEN
La primera imagen tenía, por así decirlo, rostro de mujer. Sus ojos eran de fuego, la nariz estaba sucia de barro y tenía la boca cerrada. No tenía no brazos ni manos, pero sobre cada uno de sus hombros tenía como un ala de murciélago. El ala derecha estaba extendida hacia el Oriente, la izquierda en cambio hacia Occidente. Tenía pecho como de hombre, piernas y pies de langosta y no tenía ni vientre ni espalda. Vi que su cabeza no tenía pelos y el resto de su cuerpo no estaba revestido por ninguna prenda. Estaba totalmente rodeada sólo por las tinieblas mencionadas, a excepción de un hilo muy delgado, que como un círculo de oro, iba, pasando sobre las mejillas, desde la coronilla de la cabeza hasta la barbilla. Y esta imagen dijo:
III. PALABRAS DE LA SOBERBIA.
“Yo grito sobre los montes. ¿Quién se me puede parecer? Tiendo mi capa sobre las colinas y los campos, y no quiero que nadie me supere. Sé que nadie se parece a mí”.
IV. RESPUESTA DE LA HUMILDAD
Y de la nube tempestuosa anteriormente referida que se extendía del sur al oeste oí una voz que contestó a esta imagen: “Yo soy columna de nube. ¿Y por qué debería soportar que alguien me dijera horrorosos insultos, cuando el Creador ha descendido del cielo para llevar al hombre a sí? Yo he habitado en lo alto de los cielos con el Creador, con Él he descendido sobre la tierra y habito en todos los confines de la tierra. Por lo tanto, no puedo pronunciar engañosamente palabras caducas, como, si por ejemplo, dijera 'soy este y aquel' no siendo él. Si lo afirmara, no sería sol para iluminar las tinieblas, pues en efecto, junto a Dios yo ilumino todas las tinieblas. Por lo cual ninguna tempestad podrá derribarme: ya que estoy con Dios en la plenitud de su bondad”.
LA SEGUNDA IMAGEN
Vi una segunda imagen de aspecto monstruoso, cuya cabeza, hombros y brazos eran bastante parecidos a las de un hombre, a excepción de las manos que eran como las de un oso. Su pecho, vientre y espalda superaban en tamaño la medida humana. De los lomos hacia abajo era de nuevo parecida a un hombre, salvo que sus pies eran de madera. Su cabeza era de fuego y emitía llamas por la boca. No vestía ropa, pero estaba completamente hundida en las tinieblas. Con el hombro derecho se inclinó sobre las tinieblas. Y dijo:
V. PALABRAS DE LA ENVIDIA
“Yo soy pastor y guarda y cuido que no se supere la justa medida. Rechazo cualquier fuerza del hombre siempre que quiero y acallo las lenguas capaces. Aunque sean numerosas como la arena del mar y prudentes como serpientes las hincaré el diente y no podrán resistirme, porque me llaman Gehenna, así arrastro muchos hacia mí y contamino todo lo que Dios realiza. Y si no puedo tener lo que brilla, no me importa nada.
Si los que me llaman noche me rociaran con sus aguas, yo me secaría rápidamente. En la oscuridad preparo mi lengua como un dardo y hiero a quien se define como recto de corazón. En efecto, mis fuerzas son como el Norte. Pero, todas las cosas que son mías las entregaré al odio, porque el odio nace de mí y es inferior a mí”.
VI. RESPUESTA DE LA CARIDAD
Y de nuevo oí desde la referida nube tempestuosa esta respuesta a la imagen: “Oh terrible mezquindad, tú eres como una víbora que se mata a sí misma. En efecto, tú no puedes tolerar todo lo que se basa sobre la estabilidad y sobre el honor; incluso eres aquel ídolo que se yergue contra Dios y lleva los pueblos a la ruina con la incredulidad. Por lo cual, justamente te defines Gehenna que opone el exceso a todas las justas formas de moderación, y quiere destrozar todo lo que mana de la sabiduría, y no puede estar ni entre lo que refulge ni en cosa alguna que valga. En cambio yo soy aquel aire que nutre cada fuerza vital y hace crecer las flores madurando luego los frutos. En efecto, yo me instruyo con cada soplo del Espíritu de Dios y soy por tanto capaz de hacer correr límpidos arroyos o bien las lágrimas que manan de los buenos sentimientos. Y con las lágrimas difundo suave perfume por las obras más santas. Pero también soy lluvia que exhala el rocío, gracias al cual todas las hierbas sonríen en el resplandor de la vida. Tú en cambio, llena de malicia, tú, pésimo veneno, con tus tormentos muerdes todo lo que crece, pero no podrás destruirlo. En efecto, cuanto más arrecias, más crecen.
Y mientras tú te revelas mortal, estas fuerzas viven y aparecen como flores en una vid, con la potencia de Dios. En cambio tú eres impiedad nefanda y nocturna, eres el silbo del diablo, y no deseas otro camino. En la arrogancia de tu corazón dices: 'Atraeré a más gente que granos hay en la arena del mar'. Pero no lo harás. Yo, de día y de noche, practico la virtud de la equidad y las buenas obras. Extiendo mi capa sobre el día y sobre la noche, entregada de día a las buenas acciones, y por la noche al alivio de todos los dolores. Nadie puede acusarme de ninguna parcialidad en ningún sentido. Soy el amigo fiable en el trono del Dios, y Dios no me esconde ninguna decisión. Yo incluso ocupo el tálamo real. Todo lo que es de propiedad de Dios, también es mío. E incluso, cuando el Hijo de Dios borra con su túnica los pecados de los hombres, yo, suavísimo lienzo, curo sus heridas. Tú en cambio te avergüenzas, porque no tienes la parte mejor”.
LA TERCERA IMAGEN
La tercera imagen tenía aspecto de hombre, salvo que sus manos estaban cubiertas de pelos, y sus piernas y sus pies eran parecidos a las patas de una grulla. Sobre la cabeza llevaba un gorro trenzado de briznas de hierba y vestía un vestido negro. Tenía además en la mano derecha una ramita verde, mientras en la izquierda sostenía unas flores que observaba con gran atención. Y dijo:
VII. PALABRAS DE LA VANAGLORIA.
“Yo examino cuidadosamente todas las cosas y soy mi propio testigo, porque juzgo escrupulosamente tales cosas desde mi apreciación. ¿Cómo renegar de lo bueno que veo y sé? Incluso confío que, con mi poder, pueda volar por los pueblos y calles del mismo modo de los pájaros que viven en los bosques y cantan con placer. Pues, yo quiero aprender su canto, y cantar como ellos; quiero añadir esta capacidad al ingenio humano y mezclar los modos de los animales con el encanto de una muchacha joven. Dispongo todas mis cualidades de modo que todos cuanto me ven se alegren, y todos cuanto me oigan me tributen honor, y incluso todos puedan maravillarse de mi honradez.
En efecto, soy cítara con los pájaros, sé tratar a las bestias, con los hombres me muestro sabia. Me uno con agradable alborozo a todo el que es feliz. Y, cuándo hago esto, ¿quién se parece a mí? Si no investigara, nada encontraría, y si no preguntara, nada me sería dado, porque yo no tengo prosperidad a menos que la adquiera por mi sabiduría y mi integridad. No me afecta si soy molesto para alguien o si molesta que yo sea sabia y honesta. Solo pretendo tener la gloria que me corresponde. ¿Y por qué debería esto molestar a Dios, cuando yo he sido creada así?”
VIII. RESPUESTA DEL TEMOR DE DIOS.
Y de nuevo oí una voz de la nube tempestuosa citada que respondió a esta imagen:
“Aunque tú no temas nada y te apoderes con rapiña de cualquier cosa, eres inútil escoria del peor de los ídolos. ¿Qué puede hacer el hombre sin la gracia de Dios? Nada. En efecto, cuando el hombre inclina la rueda de su conocimiento a la vanidad, Dios lo derriba. Cuando en cambio se vuelve al bien, Dios lo ayuda. Tú quieres realizar todo lo que se te ocurre, pero cuando empiezas a hacer algo, tu cabeza se hunde hacia abajo y tus pies, según el juicio de Dios, se dirigen hacia arriba. Incluso te avergüenzas del bautismo, no buscas la medicina de Dios sino que te hundes con veloz vanidad en todo tipo de males y no deseas conseguir nada que esté realmente vivo. En cambio yo estoy en el honor a Dios, puesto que analizo cómo es efectivamente cada pecado, tengo en cuenta lo que es y lo rehuyo. Incluso suspiro por el amor de Dios, temo su juicio y me alegro con sus recompensas. ¿Y de qué modo podré merecer el participar en las alegrías del cielo? Evidentemente huyendo de la suciedad del pecado, abandonando los lujos del mundo, precaviéndome de no arder en la exuberancia de la carne y cuidando no detenerme con delectación en el pecado. No iré a examinar cada cosa en las criaturas por gusto al pecado, sino que buscaré de qué nutrirme. Por tanto Dios me dará mi alimento del árbol de vida, lo que significa que Dios no se encontrará nunca privado de las buenas obras del hombre, aunque el diablo ponga obstáculos que atormenten al hombre. El mismo Dios ha establecido al hombre bueno con buenos fundamentos, las obras de santidad, para que el hombre sea la morada en la que Dios pueda poner su tabernáculo. Así habla y medita el hombre que desea habitar en la casa de Dios. Pero tú, peste peligrosa, no tendrás absolutamente ninguna fama de honorable”.