XXXIV. EL DESEO MUNDANO, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.

La séptima imagen, como ves, representa el Deseo mundano y se presenta aquí después de la Obstinación. Cuando la obstinación en los perversos corazones de los hombres no busca a Dios, pronto le sigue el deseo mundano, que no dirige a Dios mirada alguna, sino que gira alrededor aquí y allá, y corre por todas partes, como un lobo que busca a quién devorar, perjudicando a todos con su inquieta inquietud y apresurándose a acaparar todo lo que puede de cualquier modo. Y hasta las piernas se parece a una mujer, pero tiene piernas y pies hundidos en las referidas tinieblas al punto que no logras verlas. Esto es porque en la blandura de la vanidad que todo lo desea, cubiertos aquellos límites que son los pies, se hunde en la incredulidad al punto que no se logran ver ni su límites ni sus pies. En efecto, el deseo mundano infunde en los hombres una suave condescendencia en el hablar, de modo que afirman que no juntan ninguna posesión para su necesidad presente y no desperdician lo que han conseguido ya que podrían necesitarlo en el futuro. Pero llevan esta condescendencia al extremo de su perversidad, y en aquel punto no se divisa ningún bien, ya que hombres tales no prodigan lo que han acumulado ni a sí mismos ni a los otros.
Su cabeza esta cubierta a la manera de las mujeres, es decir que los hombres que se dan a este vicio esconden sus miradas e intenciones con engaño y no permiten a nadie saber qué tienen en el corazón, ya que no tienen ninguna moderación, cualidad con la que el hombre debería demostrar que es más criatura del cielo que de la tierra.
Viste un vestido blanco, porque quiere hacer entender con engaño que todas sus opiniones y decisiones son útiles y hermosas, y porque afirma que si acapara todo lo que puede y donde puede, es con buen fin y por necesidad. Todo esto también lo explica en otra parte anterior. A este vicio se opone el Desprecio del mundo, que persuade los hombres a huir de los bienes temporales y caducos y a anhelar con fe los eternos.


XXXV. LA DISCORDIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.

Ves otra figura que representa la Discordia y viene aquí después del Deseo mundano, pues cuando los hombres malvados con deseo mundano desean ardientemente lo que no pueden tener, en la locura de su mente se precipitan en la discordia y molestan a los demás, exactamente como el perro que ataca a un hombre en un acceso de rabia. Fomentando diferencias de opinión, con su aspereza y amargura esparcen aquí y allá y disipan lo que Dios ha hecho, ya que no quieren la paz y se alegran mucho cuando destrozan a los demás con palabras y acciones.
La discordia está suspendida en las tinieblas, colgada por los pies, ya que tales hombres, incitados por este vicio, con arrogancia y terquedad siempre están listos a comenzar en el viaje hacia la incredulidad, no apartándose delante de nadie, ni salvando a nadie, sino trastocando todo lo que pueden, sin contemplar el bien de la unanimidad como hicieron en cambio los que pusieron todo lo que poseían en común con los demás, como se ha escrito:


XXXVI. PALABRAS EN LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES SOBRE ESTE TEMA.

“La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hechos 4, 32). El sentido de este párrafo es el siguiente.
La multitud que se ha multiplicado en la fe católica ha sido sellada por el fuego del Espíritu Santo que rocía las mentes de los creyentes, tanto que pueden ver Dios en la unidad del espejo de la verdadera fe. Esta multitud tiene que tener un sólo corazón en la unidad de la verdadera Trinidad, y con él los fieles deben arder tanto que no miren hacia nadie, si no sólo hacia Dios. También tienen que tener una sola alma en aquel ardentísimo amor con el que despreciar todos los reinos del mundo y no tener en cuenta ninguna de las desgracias que se abaten sobre ellos, porque cuando la carne sube a la cumbre de las exigencias del alma, entonces la carne está atormentada por las exigencias de la propia carne. Por eso se alegran de ello, ya que no quieren ser ricos, sino pobres.
Y como desprecian las cenicientas riquezas que se han consumido por la avaricia, ninguno posee nada según su voluntad sino solo lo que tienen por regalo de Dios, lo poseen con Dios, y nadie dice que tenga algo por justo mérito, sino que lo tiene gracias a Dios que da a los buenos todos los bienes. ¿Cuáles son estas cosas buenas? La verdad y la justicia, que comprenden todos los bienes. Sin embargo, quiénes rechazan las cosas buenas y realizan las malas, quieren tener un Dios mudo. Para los que eligen a Dios y quieren tener vida, todo será en común, ya que abandonan la afirmación de su propia voluntad y no desean tener ningún bien. Aunque la generalidad de los hombres busque otros dioses extraños y ahuyenten la santidad, los que eligen a Dios no siguen este camino. Dios creó al hombre y le sometió todas las criaturas, pero el hombre no tiene sobre de ellas ningún poder, excepto el que Dios permite que tenga. Por tanto, lo que el hombre tiene hoy, mañana Dios con su justo juicio se lo sustrae, tanto si el hombre quiere como si no quiere, ya que todo deriva de Dios y todo está en Dios, que todo lo dispone rectamente.
Por lo cual la imagen tiene la cabeza como un leopardo, porque conduce la voluntad de los hombres inicuos a una doble locura cuando los hace delirar y alborozarse con palabras y obras. Y con las insidias de su locura infunde a todos un violento terror en vez de paz, tanto a los quietos como a los inquietos, tanto a hurtadillas como abiertamente. Imita en esto al diablo del que proviene, que atormenta con sus malvadas sugerencias y molesta a todos. En cambio el resto de su cuerpo es parecido al de un escorpión, ya que todo lo que hace está lleno del veneno de la muerte, dado que ella no ejerce nada más que el juego peligroso de la muerte nefasta.
Se vuelve en sentido contrario del Sur y del Oeste, es decir se opone a las virtudes que arden en el amor de las cosas celestes, y sustenta las artes diabólicas derribando todo lo que puede, como en otra parte declara con sus palabras anteriormente indicadas. Le contesta la Concordia, enseñando claramente que la discordia ha sido lanzada en el infierno.


XXXVII. EL CELO DE DIOS, SU ASPECTO Y SU SENTIDO.

Luego, a la izquierda del Hombre antes mencionado ves una imagen con apariencia casi humana, porque aquellas iniquidades que se encuentran en cierto sentido a mano izquierda, es decir en el olvido del Dios omnipotente, son juzgadas por el justo juicio del Celo de Dios, ya que son cometidas por los hombres cuando desobedecen la ley. En efecto, el justo juicio de Dios juzga justamente todo cuanto es injusto.
Sobre su cabeza hay un círculo de fuego del que proceden como lenguas de fuego, porque el celo de Dios, que ardía ya desde el principio del mundo y llevó a cabo en la caída del primer ángel el inicio abrasador de sus profundos juicios, quema todo delito encendido por el calor del deseo que cometa una criatura racional, y no deja nada sin haberlo examinado.
Su rostro lanza relámpagos deslumbrantes, ya que la venganza divina enseña radiante y claramente la voluntad de sus purificaciones, cuando de manera del todo evidente, se abate sobre cada uno en proporción a lo que se ha merecido.
El hecho de que no se puedan distinguir otros elementos ya que se ha envuelto en una capa marmórea, significa que los profundos juicios en el Celo de Dios no pueden ser valorados ni entendidos completamente, ya que se rodean de una fuerza invencible que nadie tiene bastante fuerza para ablandar o examinar, y que se ejerce según lo que es justo, ya que con rectitud penetran todo lo que no ha sido eliminado y purgado por la penitencia. En efecto, el celo de Dios no analiza lo que la penitencia purifica, ya que la penitencia es el fuego y el látigo del celo de Dios, pero lo que la penitencia no consume, lo consume el celo de Dios.


XXXVIII. EL FIEL QUE SE ACUSA, TEME SUS PECADOS Y QUIERE ALARGAR SU VIDA HASTA ENMENDARLOS

El hombre fiel que ha experimentado sobre su persona los castigos de Dios los teme, sabiendo que no se librará del castigo a menos que se arrepienta y haga penitencia. Tiene que decir para sí con corazón compungido: “Oh Dios, que todo conoces y todo has hecho en perfección, si peco en la concupiscencia de mis pecados, después tiemblo de miedo cuando, gracias al arrepentimiento, reconozco mi condición en mi alma. Pero si no me arrepiento completamente también tengo temor. Cuando transito por las vías de la lascivia y las sendas de mi voluntad, tiemblo de miedo. Cuando sigo pecando hasta la vejez, o cuando frente al dolor y a la tristeza tengo hastío de los pecados, no logro liberarme del temor. ¿Por qué es esto? Porque sé bien qué soy, y de qué entidad. ¿Y qué significa esto? Yo soy la rueda que gira ora al Norte, ora al Oriente, ora al Sur, ora a Occidente. Tan pronto como siento el pecado en el que he sido concebido con el pecado original, atraigo los pecados, o con el pensamiento, o con la palabra, o con las obras. Pero cuando mi alma recuerda de dónde proviene, separo la cebada de mis obras de trigo, y sin embargo no logro hacerlo plenamente, ya que soy carne y sangre. Cuando en cambio me doy a placeres ilícitos, que me hacen saltar como un cervato por los estímulos de la carne, estoy sin freno. Y si en la vejez el asco del pecado me invade, de manera que cometer pecados ya no me da placer, querría alargar mi vida para poder enmendar mis culpas, pero no lo logro completamente.
Y así, en todas estas situaciones giro como una rueda inestable. Por lo cual, oh Dios, por estos motivos aborrezco todos mis pecados, en cualquiera medida que los haya cometido, ya que sé en mi alma que Tú no perdonas a nadie que se oponga a Tí en los pecados con arrogancia, ya que Tú arrojaste en el infierno al primer ángel desobediente, desterraste al hombre después de su error y llevas todas las iniquidades, como merecen, al redil de su contrición.
Pero yo tengo confianza en que Tú has desgarrado el cielo y te has revestido de carne, por lo que has tomado sobre de Tí los delitos y pecados que Tú con tu misericordia purificas por la penitencia, por tanto yo, pecador, purificado por Tí de mis pecados, viviré”.


XXXIX. EL CELO DE DIOS NO PUEDE SER VENCIDO POR LAS SUGERENCIAS DIABÓLICAS.

Esta imagen lanza un grito contra varios vicios, porque el celo de Dios lanza un grito contra las sugerencias de los espíritus malvados, que abiertamente atormentan a los hombres, derribándolos y anulándolos con las diabólicas iniquidades, gracias a la fuerza del juez supremo. Así el antiguo invasor y algunos de sus seguidores, que rechazan la verdadera justicia, derribados por la ardiente venganza divina, son reducidos a nada. En efecto, el celo de Dios es fuerte e invencible contra todas las artes de sus insidias, artes que ellos ejercen en todos los males, pero no son bastante fuertes para resistir ya que la luz vencerá las tinieblas y el bien destruirá el mal, puesto que todo está sometido a Dios.


XL. EL CELO DE DIOS GOLPEA MENOS AL HOMBRE QUE SE CASTIGA POR SUS PECADOS

Pero cuando el hombre se castiga por sus pecados y deja de pecar, el celo de Dios lo golpea en menor medida, puesto que aquel hombre no se perdona a sí mismo y rechaza aquello con lo que antes se deleitó. Éste es otro camino que conduce al hombre a la vida eterna. ¿De qué modo?


XLI. EL HOMBRE, CUANDO RECONOCE SU PECADO, SUSPIRA A DIOS Y REALIZA OBRAS SANTAS, HACE AVERGONZARSE AL DIABLO.

Siempre que un hombre reconoce sus pecados y los abandona, conoce a Dios, suspira por Dios en su alma y ve a Dios. Cuando ha empezado a edificar justas y santas obras, honra el orden angélico. Cuando la buena fama de las buenas obras se difunde gracias a él entre los hombres, escribe con los Querubines los secretos de Dios. El diablo se avergüenza viéndolo, ya que el hombre abandona sus pecados y vuelve a su Creador, cosa que en cambio él, endurecido en la perversidad de su maldad, no quiere hacer. Sin embargo el hombre creyente recurre a Dios y le atribuye la gloria de todo cuánto es la salvación de su vida, ya que es justo que le muestre a su Creador la piadosa y santa devoción de su corazón, exactamente como el Salmista nos exhorta a hacer, cuando dice:


XLII. PALABRAS DE DAVID SOBRE ESTE TEMA

“Dad al Señor gloria y honor, dad al Señor la gloria debida a su nombre, adorad al Señor en sus santos atrios” (Salmo 96, 7-8). El sentido es el siguiente:
Vosotros que deseáis evitar el mal y cumplir el bien, dad al Dominador del mundo con toda devoción toda la gloria con recta fe y alcanzad honor en el servicio a la justicia, es decir, llevad a la práctica la recta fe, con obras que den santidad. También dais gloria al Señor cuando lo invocáis como Dios y Señor. Y realmente creéis que Él es el verdadero Dios cuando además de llamarlo Dios, cumplís buenas obras para Él, ya que estáis hechos a su imagen y semejanza. Por tanto adoráis al Dominador del mundo, inclinando alma y cuerpo en todas las instituciones eclesiásticas católicas, que son santas, ya que son la sede de su Majestad. Le adoráis con abstinencia, con castidad y con las otras virtudes que caminan en sus vías. También lo veneráis con fe, imitando la armonía celeste y el orden angélico. El alma santa y fiel cumpla estas acciones mientras esté en el cuerpo, huya del diablo con sus sugerencias, deje a su alma agarrarse a su Creador, y aléjese velozmente de las cosas que tratan de asfixiarlo.
El que tenga deseo de la vida, coja estas palabras y consérvelas en la profundidad de su corazón.

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